La Mala Educación ….Sobre las Instituciones

Si queremos entender cómo la humanidad ha llegado a convivir fuera de los límites de la paz, en aceptación del caos y la guerra, de manera pacífica frente a las dictaduras, los genocidios, en constante desequilibrio emocional y financiero, debemos interiorizarnos en los agentes que priman entre los individuos que la componen y su realización como seres humanos.

Las instituciones ejercen un poder sobre las conductas humanas (e inclusive sobre sus cuerpos) a través de mecanismos de vigilancia, disciplina impuesta y normalización, incluso en muchos casos mediante el castigo y la violencia física.

Para comprender la naturaleza de los motivos que hacen posible el malestar social, es importante determinar cuales son los pilares de la sociedad, y como alterarlos para debilitarlos con el fin de causar desequilibrio y traer caos al orden humano.

Estos pilares representan el bienestar material, la organización colectiva, el conocimiento objetivo y un cuarto pilar que podríamos denominar como la búsqueda de sentido, o el bienestar intrapersonal. Esta última denominación hace referencia a un bienestar que va más allá de la salud física de la biología.

Personalmente considero que estos cuatro bastiones conservan todo lo que una sociedad necesita para crecer y prosperar en armonía, dado que la abundancia, el buen entendimiento colectivo y el desarrollo tanto del intelecto como del aspecto espiritual, abarcan por completo las necesidades a satisfacer para que el conjunto humano pueda acontecer de manera virtuosa.

Quizás estos cuatro conceptos puedan parecer no tener mucha relación entre sí, pero lo cierto es que están fuertemente ligados el uno con el otro, porque representan cuatro caras de la misma moneda, cuatro piezas que de nada valen por sí solas. El bienestar material, o capital, la organización colectiva, entendida como política, el conocimiento objetivo, o la ciencia y el bienestar interno, o espiritualidad, son partes codependientes que se desarrollan paralelamente influyendo unas sobre otras.

Entonces, las instituciones juegan un rol clave en este aspecto, ya que serán las encargadas de darle forma y sentido a estos cuatro conceptos (entre otros), a través de los procesos de institucionalización de los mismos… Gobiernos, religiones, ciencia y capital, al servicio de dar sentido a la política, la espiritualidad, el conocimiento y el dinero.

Institucionalizar algo es, en esencia, matarlo para darle un nuevo sentido. En este caso, un sentido estrictamente hegemónico en el cual las clases dominantes imponen su visión de aquello que ha sido institucionalizado como si fuera una verdad absoluta y universal.

Según Antonio Gramsci, “La hegemonía es el poder que se puede ejercer sobre una sociedad no solo mediante el control económico, político, intelectual, militar y hasta incluso lingüístico, sino a través del consentimiento cultural e ideológico.” La institución como aparato supremo, es decir, como la representación final y definitiva de un concepto (pueda ser justicia, cultura, el matrimonio, la educación, etc), es un poder que se presenta como legítimo, natural y hasta inevitable; el cual se ejerce a través del sentido común de valores, normas, creencias y visiones del mundo que se nos presentan como universales. Son aparatos determinantes a la hora de fundar, producir y reproducir la hegemonía, la cual implica una posición de influencia predominante, donde el grupo hegemónico establece las normas y los valores a priorizar e incluso dirige las acciones de otros grupos o naciones. Y si bien la hegemonía puede implicar poder y fuerza, no se basa únicamente en la coerción. De hecho, se caracteriza por su gran capacidad de persuadir, influir y obtener el consentimiento de otros grupos, a menudo a través de la difusión de ideas, valores y principios que favorecen al conjunto hegemónico, a través de las instituciones. En pocas palabras, la hegemonía es el camino por el cual se sostiene el poder, convenciendo a las masas a través del aparato institucional. Pero sobre todo, ubicando a estas en una posición no neutral. Las instituciones serán, a fin de cuentas, el espacio donde se libra la batalla cultural por el sentido común, la moral, el saber y el orden.

Corromper una institución implica utilizar un aparato significante para el beneficio de unos pocos. En este sentido, el éxito de una hegemonía dominante que ha logrado que las personas consientan su propia subordinación, puede tener resultados catastróficos en el desarrollo de los valores éticos, morales, e incluso psicológicos y estructurales, tanto de la sociedad como del individuo. Manipular las instituciones con el fin de ejercer poder tiene como consecuencia un trastorno social delirante que ha aceptado a la guerra, el caos, y la pobreza de manera indiferente, en el mejor de los casos, como la cotidianidad de cada día.

Para entender el mecanismo a través del cual se pervierten a las instituciones, se deben determinar las características que las componen y cómo éstas operan en su rol de conjunto organizado y duradero.
Las instituciones tienen una normatividad, es decir, se rigen por normas (formales o informales), que orientan cómo deben actuar los individuos. También cuentan con una estructura, una organización interna establecida por jerarquías, funciones y autoridades. Poseen durabilidad, ya que aunque pueden cambiar, las instituciones tienden a permanecer en el tiempo. Para que una institución exista, debe tener funcionalidad social para satisfacer las necesidades de la comunidad, como la educación, la justicia, la economía o la religión. Y por supuesto, el factor más importante, la legitimidad como reconocimiento por parte de la sociedad, la cual le otorgará la autoridad.

Ya sean de carácter formal (el Estado, el sistema judicial, la escuela, la Iglesia, el matrimonio) o informal (la familia, las costumbres, las normas sociales no escritas), las instituciones representan un colectivo de normas, prácticas, roles y estructuras que regulan el comportamiento de las personas dentro de una sociedad para cumplir ciertos fines o necesidades.

Para el institucionalismo, estas entidades importan porque configuran incentivos, limitan opciones y estabilizan las interacciones humanas a lo largo del tiempo. De esta manera se hace evidente que las instituciones no son solo estructuras formales, sino que modelan el comportamiento de los individuos y dan forma a las dinámicas sociales, políticas y económicas. Si bien existen varias corrientes del institucionalismo (clásico, nuevo institucionalismo económico, sociológico, histórico), todas coinciden en que las instituciones son las reglas del juego (formales o informales) que organizan a la sociedad.
Aplicando el concepto de institución a los campos de la política, la religión, la ciencia y la economía, podemos entender cómo cada una funciona como un conjunto organizado de normas, roles y prácticas que estructuran aspectos claves de la vida social.

La política se manifiesta, en primera instancia, a través de los gobiernos. Por supuesto que el estado es una forma inevitable de manifestación de la misma, junto con los poderes públicos (Ejecutivo,Legislativo y Judicial) y los partidos políticos. Su función es la de organizar el poder, tomar decisiones colectivas, resolver conflictos, garantizar derechos. El Estado, las constituciones y los partidos políticos son instituciones que estructuran el poder y regulan quién puede decidir y cómo, determinan quién tiene derecho a participar y bajo qué reglas, además de modelar el comportamiento político y condicionar la acción de los actores que participan en su funcionamiento.
Es importante destacar que el Estado es la institución más afín a la política, pero en última instancia es el anfitrión del resto de las instituciones en cuestión. El Estado aparece como un denominador común dentro del entorno institucional, ya que posee fuertes lazos no sólo con la política y su función en relación con la justicia, sino con el capital y la economía, además de tener mucha injerencia religiosa. Y por supuesto, es el Estado quien le da estructura institucional, recursos y autoridad social al saber científico. Dicho esto, cabe hacer algunas aclaraciones sobre el Estado, principalmente en términos de sociología y política.
Max Weber define al estado como “aquella comunidad humana que, dentro de un determinado territorio, reclama (con éxito) para sí el monopolio legítimo de la violencia física.” Siguiendo con la misma idea, el Estado no es el único ente que usa la violencia, pero sí es el único que puede usarla legítimamente, según la ley. En términos de poder real, el Estado no elimina la violencia, sino que la concentra, la regula y la convierte en “legítima”, muchas veces como un ejercicio de autoridad y dominación.
Finalmente, queda claro que el Estado moderno no se define por su ideología, ni por su fin último (como la justicia o el bien común), sino por su capacidad de imponer orden en un territorio mediante la violencia legalmente autorizada.

Siguiendo con el orden del proceso de institucionalización, el concepto de la espiritualidad aparece significado como religión. La espiritualidad institucionalizada, lo que al final será llamado religión, se refleja en organizaciones como la Iglesia, el clero, los ritos, y los textos sagrados.
Desde la perspectiva que hemos propuesto, la del marco teórico de las instituciones, no se analiza si una religión es “verdadera” o “falsa”, sino cómo funciona dentro de una sociedad, qué rol cumple, cómo se reproduce y cómo se vincula con otras instituciones, como el Estado, la familia, la economía o la educación.
Su función podría ser vista, al menos de manera parcial, como la de fundar y perpetuar prácticas y creencias que legitiman el orden social y el bienestar personal, dando sentido y cohesión al grupo humano. Estas instituciones actúan como marco normativo, que guía el comportamiento sin necesidad de coerción externa, creando incentivos simbólicos (salvación, comunidad, castigo moral) que orientan la conducta incluso por fuera de sus respectivos templos.
Como institución, la religión no se limita a la espiritualidad personal, sino que la organiza dentro de un conjunto de reglas, jerarquías, ritos y doctrinas.

En su hegemonía discursiva, establece la autoridad mostrando qué es verdad y qué es herejía, regula el comportamientos de sus feligreses, se articula con otras instituciones sociales, además del estado (como la familia y la educación), además de poseer una dimensión organizativa económica y política.

La religión posee el control simbólico y social de la moral, el deber y la culpa.

Dentro del modelo de las instituciones pilares, la ciencia aparece representada como un sujeto antagonista de la religión. Una posee normas en forma de mandamientos, dogmas y liturgias, mientras la otra se basa en el método científico, los criterios de falsedad y la replicabilidad. La disfuncionalidad aparente en la relación entre ambas, no es otra cosa más que el rol de los entes que institucionalizan  al conocimiento y la espiritualidad, favoreciendo la segmentación social delimitada por los fanatismos y los dogmatismos.
Aclarar esta cuestión es fundamental para comprender por qué las instituciones de la religión y la ciencia estarían enemistadas, cuando el conocimiento y la espiritualidad son tan fundamentales en el desarrollo humano.
Desarrollar la ciencia como institución implica comprender que la ciencia no es solo un método o una acumulación de conocimientos, sino también una estructura social organizada, con reglas, jerarquías, valores, prácticas y relaciones de poder.
La institución científica administra y regula el conocimiento legítimo. Es decir, decide qué se considera “verdadero”, y hasta incluso de interés investigativo (de hecho, la ciencia no investiga cualquier cosa; depende de intereses económicos, políticos o estratégicos), además de excluir formas de saber consideradas “no científicas” (saberes populares, indígenas, místicos, empíricos).

En términos de su finalidad, la ciencia produce verdad socialmente aceptada y reconocida como tal, organiza la educación y el saber, fija límites entre lo verdadero y lo falso dentro de su propio método y hasta influye en las políticas públicas.

 

La última de las instituciones que juegan un papel fundamental dentro del equilibrio de la comunidad humana es la del capital. La economía como institución se puede ver concretada en el mercado o las empresas y sobre todo, los bancos. Sin duda una de las instituciones más transversales dentro del paradigma de estos organismos, el capital no solo interpreta universalmente al poder económico, sino que representa el motor de cualquier sociedad: El dinero.
La institucionalización del dinero es más que la institución de la economía. No sólo organiza la producción, distribución y consumo de bienes y servicios, si no que es un gran significador del poder, es decir, le otorga un nuevo sentido a los conceptos de poder como capacidad de acción de los individuos.
El dinero tiene una injerencia innata tanto en la vida de los actores sociales como de las instituciones que habitan entre ellos. Sin embargo, cabe aclarar que el capital tiene, además, una influencia tremendamente importante en la voluntad de las personas, a punto tal de ser uno de los factores claves a la hora de trazar segmentaciones en el conjunto humano: La riqueza y la pobreza están determinadas, en su mayoría por la capacidad adquisitiva de los individuos. Capacidad adquisitiva que ubicará a los mismos dentro de un grado social determinado, con sus estigmas y sus significaciones sociales, una forma más de fragmentación, la de  los ricos y los pobres.

 

Finalmente, considero que es importante destacar el rol del agente que rodea a estas y casi todas las instituciones. Tiene relación con todas ellas, de manera directa o indirecta, y tiene injerencia en nuestras vidas desde nuestro nacimiento hasta el último día.
La educación es el factor clave para comprender cómo las instituciones tienen tanta influencia sobre nuestras voluntades. Forma parte del entramado institucional que moldea al individuo y reproduce el orden social. Por supuesto que la educación se ve reflejada como institución en los organismos educativos en general, siendo esta no neutral, ya que transmite valores, ideologías, jerarquías y visiones del mundo. Pero es lógico pensar que la educación también es una parte esencial de la espiritualidad, del aspecto financiero y del buen orden colectivo.
Lejos de ser solo una práctica pedagógica o una etapa más en la vida, la educación es un proceso constante, a veces consciente, otras azaroso, el cual se puede presentar como un montón de información inútil o como la incorporación del aprendizaje virtuoso en función del desarrollo sano, tanto del individuo como de su entorno.

Las funciones de la educación como institución son muy claras. En primera instancia, introduce a las personas en las normas, valores y expectativas de la sociedad, de manera selectiva. Es decir, clasifica y jerarquiza a los individuos mediante exámenes, títulos y diplomas. Reproduce las estructuras de clase, género, etnia y poder, y justifica el orden social, ya que se presenta como un espacio neutral, objetivo y justo.

La educación es, al final, aquella instancia que moldeará y dará forma a nuestra manera de ver el mundo y de interactuar con él. La gestión y calidad de nuestras emociones frente a determinadas circunstancias, la capacidad comprender las angustias ajenas,  la razón por la cual hacemos amigos y enemigos, la manera en la que nos relacionamos con nuestro entorno, con las crisis y con el dinero. La capacidad de gestionar un gobierno o sanar heridas profundas. La educación está en la familia, en los círculos de amigos que formamos, en el trabajo, la pareja, en conjunto o en soledad. El aprendizaje es un lugar que posee un valor inconmensurable para la evolución de las personas y las sociedades todas. Es la experiencia más enriquecedora a la hora de realizarnos como seres pensantes.

Pero el aprendizaje requiere de una actitud humilde frente a la experiencia. En pocas palabras, debemos declararnos ignorantes frente a algo si en verdad queremos aprender. El problema con esto radica en que hemos recibido una educación muy pobre en materia desarrollo personal. Es mucho más fácil hoy tomarnos las cosas de manera personal, que efectivamente escuchar la información que tiene el otro para darnos.
“La clave del éxito está en escuchar a los demás” (esta frase me la dijo un amigo). Cuando comprendemos que lo que tiene el otro para decirnos puede ser tremendamente valioso para nuestro propio desarrollo, a pesar de que no nos guste la información que recibimos, entonces estaremos aprendiendo. En muchos casos, el verdadero aprendizaje queda invisibilizado por nuestra propia ilusión de lo que somos. Al creer que ya sabemos sobre algo, aunque sea de nosotros mismos, nos perdemos de la experiencia del aprendizaje.

Esta experiencia requiere de la voluntad de cuestionar nuestras propias certezas, y la actitud de tomar responsabilidad de nuestros propios actos, pero no con el fin de culparnos por ello, si no para crear valor en el error y transformarlo en un nuevo saber.

Lejos están las instituciones (todas ellas, incluída la educativa) de fomentar el aprendizaje objetivo como un espacio de enriquecimiento que aportará valor a nuestras vidas y la de los demás. En su rol de productor y reproductor de sentido, las instituciones han reducido a la educación a un mero traspaso de información referida a temas que, en mayor o menor medida, nos competen a todos más o menos por igual, ya sea como país, región, continente, o conjunto mundial, entre otros tópicos.
Para la metodología institucional, el éxito y el fracaso dependen de una mera burocracia y del dinero. Nada tienen que ver con la superación personal, la capacidad de empatía, el valor de la palabra, ni mucho menos con la capacidad de aprendizaje.

En los próximos capítulos voy a desarrollar como la perversión de las instituciones y sus partes, han educado a la sociedad en detrimento de su propio bienestar y a favor de intereses que nada tienen que ver con el desarrollo personal, el orden público, la justicia y la libertad; y de qué manera la hegemonía institucional ha doblegado a los individuos hasta el punto de relegar sus propios derechos (incluso constitucionales) sin siquiera presentar la más mínima queja, levantando banderas ajenas, replicando discursos de fe ciega, justificando la guerra, la pobreza y las múltiples formas de resquebrajamiento social, cultural y político.

Aporte realizado por el Lic. Mariano Capella

 

 

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