La Mala Educación …..Una Breve Introducción

La Mala Educación

Empecemos por lo esencial: Ningún país del mundo puede jactarse de su sistema educativo. La humanidad se encuentra en guerra hace más de cien años ya (y eso es solo contando desde la primera guerra mundial hasta la fecha), y no hay método que justifique tal comportamiento excepto nuestra propia educación. Inclusive si tenemos en cuenta los países nórdicos que casi no han participado en las guerras del mundo de la era industrial, no es lógico pensar que su educación está basada en aquellos valores que se violan en el resto del planeta, sencillamente porque estos valores incluyen crear un contexto en donde todos ganamos, una visión ganar-ganar nutrida de una mirada tan sensible y amorosa como confrontativa, dado que su naturaleza está estrictamente ligada al compromiso con el bienestar de todos y cada uno de los integrantes de la humanidad.

La consecuencia de no educar bajo esta perspectiva, es nuestra propia historia…La historia que según dicen, se escribe con sangre, y dado que la historia la escriben los que ganan, pues la escriben con la sangre de quienes han perdido. Esta es la doctrina y una de las máximas de la educación universal: La historia se crea a partir del conflicto. Dos miradas se enfrentan, y la historia será contada de una sola manera, a pesar de haber surgido del choque entre dos o más partes. Una voz prevalece, la otra no. Aquello que señalamos como lo sucedido, es algo que sólo lo conocemos parcialmente.

Es por eso que en realidad, sólo sabemos de una parte de nuestra historia… La nuestra propia, no sólo la historia de las humanidades, si no la de nuestro propio árbol genealógico.

Podemos dividir a la educación en dos momentos. La educación oficial, la que nos ofrece el sistema educativo correspondiente a cada nación; y la educación tradicional. Esta última tiene que ver con las tradiciones perpetradas en la familia, los valores espirituales, socioculturales, etc. Pero también es importante destacar que este segundo momento, es testigo tanto de la formación de nuestro inconsciente como de la información que allí se aloje. Para comprender los principios del momento tradicional educativo, hay que saber mirar a la mente como un conjunto de determinaciones creadas a partir de vivencias en los primeros años de vida, determinaciones que son el cociente de una división entre la vivencia y la emoción surgida surgida de ella. En este esquema, la emocionalidad es un factor divisor, ya que las mismas son las que limitan nuestro accionar, y por limitar me refiero también a guiar. Cuando las emociones guían nuestro hacer, nos condenamos al fracaso, ya que no hemos recibido nunca, una educación sobre nuestro control emocional.

Por eso, es fundamental entender que la educación es un proceso constante, que nos acompaña desde el inicio de la vida hasta el final de nuestros días. Es una cualidad innata de nuestra mente la capacidad de incorporar información, y es por eso que la educación es un proceso ampliamente abarcativo, que va desde el conocimiento enseñado en las instituciones hasta el comportamiento humano. Es lógico pensar que una persona que ha sido criada con violencia, sea efectivamente violenta, dado que todo aquello que aprendemos se vuelve nuestra realidad.
Como lo explica la alegoría de la caverna, aquello que nosotros observamos es solo un recorte del lienzo entero, un momento parcial en el entramado lógico-emocional que comprende a la llamada “realidad”. Lo más interesante de este aspecto, es que aquella porción que vemos (o podemos experimentar), está determinada de principio a fin nada menos que por nuestra educación. Cualquier paradigma cotidiano puede ser puesto a prueba en diferentes sectores socio-culturales del mundo entero, dando como resultado una infinidad de variantes, tantas como las partes que participen de dicho paradigma. Esencialmente, esto sucede también gracias al factor de unicidad que cada individuo lleva consigo; esto es, el hecho de que cada uno de nosotros somos seres únicos e irrepetibles. Sin embargo, el factor cultural se vuelve una clave fundamental para comprender el nuevo malestar social: La indiferencia.
Queda claro que la humanidad ha hecho las paces con los conflictos bélicos mundiales, los abusos de poder de las grandes naciones, las dictaduras, las guerras civiles, la hambruna. La humanidad ha hecho las paces con el caos por un simple motivo. Hemos sido educados de esa manera. Así como las sombras que veían los antiguos en las paredes de la caverna, representan la “realidad imponente”, es decir, algo que está fuera de nuestro control, pues de la misma manera los medios de difusión de información, la TV, las redes sociales, internet y sus plataformas, nos muestran que aquello que está sucediendo allí es ajeno a nosotros, no hay nada que podamos hacer para evitarlo.

El mecanismo que lleva a cabo los procesos de educación comprende una dualidad cuyas partes son tan simultáneas como complementarias. Por un lado, es altamente pacifista. Está diseñado para pacificar a las personas bajo la creencia de que nada podemos hacer para contribuir a lo ajeno. Esta imposición es altamente funcional a la hora de fabricar líderes que representen pueblos o países. No hace falta más que mirar los delitos de los regímenes comunistas, en América, Europa y Asia, para luego escuchar que las izquierdas revolucionarias nos van a salvar de un supuesto capitalismo salvaje.
De la misma manera, las instituciones eclesiásticas que se han jactado de predicar la paz, el amor y la tolerancia, también han pasado buena parte de la historia cometiendo genocidios en nombre de un Dios supuestamente misericordioso. Estas actitudes pasivas frente a dichas contradicciones sólo pueden funcionar en la medida que se apalanque del segundo factor educacional: la emoción.
Para que las instituciones puedan ejercer control sobre una población, es fundamental apelar a su costado emocional. Las emociones tienen la particularidad de ser ilógicas, plenamente irracionales y determinantemente corridas de cualquier tipo de compromiso con nada. Cuando yo me enojo y me dejo llevar por esa emoción, soy una persona irracional. Actúo en función de esa emoción y comienzo a insultar, a gritar, o a demostrar cualquier forma de violencia o pseudo violencia hacia el otro. Cuando estamos enamorados, también somos altamente ilógicos. Es común perder el compromiso con uno mismo cuando estamos al servicio del deseo del otro.

Es por eso que apelar a la emocionalidad de las personas es una herramienta fundamental para poder ejercer voluntad, ya que el control de las mismas le permite al ente controlador guiar los actos e incluso los pensamientos de las masas. Solo hace falta una pieza más para poder articular la vida de las personas con la voluntad de las instituciones. Este factor cambia de nombre según la institución en cuestión. La iglesia la denomina fé, la política la denomina con varios nombres, como orgánica o pragmatismo. Esta última es conflictiva en sí, porque el pragmatismo piensa en la verdad como una utilidad, rechaza los dogmatismos, pone el enfoque en la experiencia y se basa en el método científico. Incluso la ciencia (otra de las instituciones destinadas a la fragmentación social) utiliza la lógica, y hasta la racionalidad en su discurso. Voy a distinguir este factor como la vía que tienen las instituciones para dar forma a su hegemonía discursiva. En resumidos términos, la bajada de línea discursiva.

Observemos cómo funciona el poder: Según Nicolás Maquiavelo, “Si los cerdos pudieran votar, el hombre que trae el balde de comida sería elegido una y otra vez, sin importar cuántos de ellos haya sacrificado antes.” Es importante comprender que el poder no se gana con mérito ni con justicia… Hoy el poder reside en quienes pueden mantener viva la ilusión de alimentar las necesidades más básicas de un pueblo. Las masas no eligen con la cabeza, eligen con el hambre, con miedo, con la esperanza de que alguien les traiga una ración. No importa cuántos han muerto en el camino, ni cuáles son los ideales en vilo que tiene un gobierno; el precio de la libertad se vuelve irrelevante cuando el pan está sobre la mesa, y hasta el más verdugo puede llevarse el voto de un pueblo cuando lleva comodidad momentánea, disfrazado de salvador. Así, el poder se perpetúa en el poder, no por imposición, sino todo lo contrario… La ilusión de elegir es el motor de la fantasía de las democracias del mundo.

Para entender cómo funciona este paradigma, primero debemos comprender cómo funciona el lenguaje. Nuestro lenguaje tiene un gran poder de significación, es decir, es la parte esencial de un sistema que da significado y sobretodo, sentido a nuestra realidad. Veamos el caso de un animal común y corriente como la vaca. En Argentina, por ejemplo, la vaca es el animal que más se consume para alimento, pero si nos movemos varios miles de kilómetros hacia el oriente, llegaremos a un lugar en dónde está penado tocar una vaca, ya que estas son consideradas sagradas en la India. Entonces, ¿qué cambió? Bueno, a simple vista podríamos decir que es la cultura la que ha cambiado, y si bien esto es cierto, debemos mirar un poco más allá de este límite. Una persona que se va de la India a otro país no dejaría de lado su propia cultura de no comer vacas, porque la misma está internalizada en su propio lenguaje. El lenguaje nos acompaña a todos lados, y da sentido a las cosas que nos rodean… Bueno, malo, lindo, feo, todo eso es lenguaje y está constantemente cargando de sentido a aquello que llamamos “realidad”. En su “realidad”, la vaca seguirá siendo sagrada, aunque otros la coman en frente suyo. La información que ha instalado el lenguaje en la mente es prácticamente inamovible e irrevocable. Y esta es la esencia del problema. Una vez que se instala una idea, una forma de ver las cosas, una doctrina, es muy difícil correrse de ese lugar para mirar de manera objetiva las usanzas y trasfondos de la misma. Es importante remarcar esta idea, porque luego volveremos sobre ella para explicar cómo las instituciones ejercen poder sobre nosotros, pero por ahora me interesa que el lector comprenda que nuestra relación con el lenguaje es, principalmente, hablada y escrita. El lenguaje es aquello que nos conecta con la realidad que está allí afuera, y es por eso que es altamente adaptable a las circunstancias y fácilmente manipulable. ¿Alguna vez se pusieron a pensar en qué momento de sus vidas incorporaron la palabra “Googlear”?

La forma en la que estamos educados está fuertemente ligado a este concepto. El miedo es el factor principal a la hora de educar. Recuerdo que mi abuela me contaba que de pequeña le tomaban examen oral de una manera muy particular. Le hacían juntar los dedos de la mano en un “montoncito” mientras ella respondía las preguntas. Si alguna pregunta era mal respondida, le pegaban con una regla en la punta de los dedos, dejando entrever un mensaje claro: El error se castiga.

De esta manera hemos sido educados, y me incluyo en esta frase porque si bien en mis tiempos de colegio ya no se aplicaba la regla en los dedos, el miedo siempre fue inferido hacia el alumnado de manera indirecta. Vaya usted a reprobar un examen de matemáticas para resolver funciones cuadráticas y verá como le reprenden en su casa, a pesar de que usted ya haya decidido estudiar, por ejemplo, abogacía, o medicina… Lejos de transmitir conocimiento práctico y añadir valor a la vida de los jóvenes, el rol del docente se ha reducido a una mera pedantería adoctrinadora con el fin de transmitir información inútil al alumnado.

De igual manera funcionan las instituciones que estaremos revisando en las próximas entregas sobre este tema. El miedo instalado, sin fundamentos, sin ningún tipo de racionalización, es el vehículo por el cual las instituciones (sobre todo la gubernamental y la eclesiástica) llegan a la gente. Los convencen de una realidad irrefutable (“el otro gobierno te va a quitar derechos”, o “si no aceptas a Dios puedes pasar el resto de la eternidad en el infierno”) basándose en el mecanismo de la aceptación en pos de la desesperación… Cuando tenemos miedo, somos más propensos a perder el juicio y actuar desde la emoción, por fuera de la lógica. En otras palabras, cuando tenemos miedo, obedecemos.

Redacción_ Lic. Mariano Capella – Capilla del Monte

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